Estoy en
una fiesta de casamiento. De repente miro hacia arriba, al segundo piso, por el
hueco de una escalera caracol.
La novia
se asoma desde una baranda, nos miramos.
Me sonríe,
cómplice. Con esa sonrisa yo sé qué va a pasar.
Su vestido
tiene capas de seda transparente y blanca que se mueven con el viento, un
viento que solo la toca a ella, como en una imagen congelada.
Su pelo es negro,
oscuro, profundo como su sonrisa.
Cierro los
ojos para no ver la caída, pero escucho el ruido de su cuerpo chocar contra el
suelo.
Y lloro, y
el resto de la gente sigue con la fiesta, como si nada. Porque nadie siente
nada.
Sueño con
la muerte majestuosa de Emilce. Me despierto y se me caen las lagrimas.